viernes, 22 de junio de 2007

RAZONABILIDAD, REALISMO Y PRAGMATISMO UNA CONTRIBUCIÓN ACADÉMICA AL DIÁLOGO Y A LA EFECTIVIDAD DE LA DELIBERACIÓN UNIVERSITARIA.
Fernando Zalamea. Departamento de Matemáticas. Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá.
Los tres conceptos mencionados en el título, “razonabilidad”, “realismo” y “pragmatismo”, no tienen buena cabida en una Asamblea. Las Asambleas, entendidas como “cuerpos deliberantes”, académicos o políticos, exaltan las intervenciones apasionadas, las oralidades brillantes, las consignas bien construidas. La mecánica misma de una Asamblea la aleja necesariamente de la viscosa complejidad del mundo, una complejidad que no puede reducirse a las cómodas oposiciones binarias que se manejan en ese tipo de reuniones. Que la Asamblea sea “triestamentaria”, o que la Asamblea se convoque por separado (profesores, estudiantes, o trabajadores), poco cambia en el hecho de que ésta pueda ser más “razonable”, “realista” o “pragmática”. Mi intención en este breve texto consiste en recordar algunas de las ideas fundamentales detrás de los conceptos de razonabilidad, realismo y pragmatismo, y apostar por su buen uso en las próximas Asambleas que se auguran en la Universidad Nacional. Para cada uno de estos tres conceptos, explicaré brevemente su origen, así como el poco caso que se hace de él en nuestras Asambleas, y propondré algunos usos concretos del mismo. (1). Razonabilidad. Debemos el término “razonabilidad” al pedagogo y filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira (1872-1958), un notable ensayista y profesor universitario cuya influencia en la educación media del Uruguay fue notabilísima. La “razonabilidad” pega los términos de “razón” y “sensibilidad” en un solo concepto, donde caben al tiempo el raciocinio y el sentimiento, el argumento lógico y la imaginación poética. La razonabilidad abre así el espacio del entendimiento a una razón extendida, que debe ser capaz de explorar las medias tintas entre oposiciones polares. Las fronteras, el tránsito y las mediaciones pasan entonces a ser imprescindibles en cualquier análisis de una situación dada. 2 Nada parece estar más alejado de la razonabilidad de Vaz Ferreira que muchas de las “razones” que he oído esgrimir en nuestras Asambleas. Las intervenciones tienden a ser terminantes, imbuidas de una “razón” que los oponentes no tienen, firmes, seguras, convencidas y convincentes. No queda espacio para la duda, para el silencio, para la expresión inconforme con los extremos. Las Directivas de la Universidad son estigmatizadas y todas sus acciones empiezan a ser consideradas sospechosas, o, directamente, malsanas. Sólo una vez he oído que se proponga la construcción de un equipo “razonable”, que intente mediar entre el equipo directivo y la comunidad académica. La razonabilidad de Vaz Ferreira, cuyos efectos reales en la construcción de la “Suiza americana” fueron asombrosos, no parece en cambio tener cabida entre nosotros. Aunque seguramente esto entraría en un fragmento de Utopía, las Asambleas deberían incluir la razonabilidad en sus agendas. Esto podría llevar, por ejemplo, a algunas acciones impopulares, pero bastante sensatas, como adelantar al tiempo todas las acciones razonables en defensa de la Universidad, sin considerar que unas sean “mejores” que otras, o más “correctas”, o más “verdaderas”. Deberían por tanto poder coincidir, en un mismo tiempo y en diferentes espacios, las actividades misionales propias de la Universidad, las reflexiones a mediano plazo sobre el lugar de la Universidad (el largo plazo es algo que nuestra idiosincracia desconoce), o las acciones de hecho para defender a la Universidad en la coyuntura actual. Deberían valer así, al mismo tiempo y con la misma fuerza, las marchas, las asambleas pasajeras, los claustros, las clases y las exigencias a nuestros estudiantes, las precisas tareas técnicas para impugnar la constitucionalidad del artículo 38, los cálculos detallados para los porcentajes en juego en el pasivo pensional, o los esfuerzos de la Rectoría por intentar preparar una concurrencia lo más benévola posible para la Universidad. Desde el punto de vista de la razonabilidad, y desde la perspectiva del aprovechamiento de todas las mediaciones posibles en un panorama complejo que no se deja reducir a ninguna de sus componentes, no habría razón alguna (más allá de ejercicios de poder que nada tienen que ver con la academia) para descartar, o deslegitimar, una acción dada en detrimento de otra. Aquí, sin embargo, debería permitirse entonces una pluralidad de acciones, que sin embargo es consistentemente vetada, tanto por las Directivas de la Universidad, como por las Asambleas, ya sea por direccionamientos unilaterales, por atrincheramientos sectarios o por variadas imposiciones de fuerza (de parte y otra). La difícil labor del compromiso y de la mediación es consistentemente rechazada por aquellos que detienen, con convicción y rotunda seguridad, una verdad “pura” –por supuesto, la suya y no la del contrincante–, una supuesta verdad que no debería negociarse. Pero nada hay más peligroso que el “purismo” oscuramente enterrado en los fragmentos de una sociedad, y nada como el “purismo” se encuentra tan alejado de la razonabilidad amplia que deben exhibir los ámbitos académicos. 3 (2). Realismo. Una de las expresiones más contundentes del “realismo” la debemos al teólogo escocés John Duns Scot (1266-1308). Scot (usualmente Escoto, en español) defendió, con larguísimas y cuidadas argumentaciones filosóficas, la necesidad de una posición que asumiera la existencia de un mundo “real” allende disquisiciones subjetivas o lingüísticas. Independientemente de la mirada de cada quien, una comunidad debía entonces reconocer, según Escoto, una trama general del mundo que superaría siempre la inevitable deformación de una mirada singular, o de una representación lingüística particular. En una visión realista de una situación dada, no puede nunca prevalecer entonces una descripción de un estado de cosas por encima de la multívoca complejidad de la situación misma. Un caso concreto del realismo obliga así a contextualizar todo discurso, y, en particular, a considerar los tamaños de muestra con los que pretenden legitimarse (o deslegitimarse) ciertas tomas de decisiones. Aquí también, nada parece encontrarse más alejado de una visión realista que las perspectivas usuales que se ofrecen en una Asamblea. Dentro de la (necesariamente) incoherente sucesión de intervenciones que se dan en una Asamblea, prevalecen (también necesariamente) las posturas muy particulares de cada quien, y no dejan de sucederse, durante largas horas, las expresiones más perfectamente subjetivas que puedan desearse. En una suerte de psicoanálisis colectivo, sin desvergüenza, sin el menor resquicio de duda sobre la “verdad” que se pretende estar transmitiendo, se alzan largas, espléndidas y contundentes peroratas, mientras la enorme mayoría oímos con asombro y reverencia. Alguna lectura subjetiva –totalmente irrealista– ha llegado a considerar en alguna Asamblea que el señor Uribe sería el “presidente ilegítimo” de los colombianos. Pero una cosa es detectar en Uribe a un nefasto gobernante y un oscuro manipulador unidos en la figura de un brillante político, y otra cosa muy distinta es pretender que no existan en el “mundo real” los millones de votos que le dieron, desafortunada aunque legítimamente, su segunda presidencia. Los delirios subjetivos son magníficos y respetables, prueba de gallardía individual, pero no se entiende por qué se repiten, una y otra vez, en el ámbito de una Asamblea. Se ha llegado a escuchar también en una Asamblea de profesores que los docentes que no asistan a la Asamblea, y que no entren en el debate de opinión, no merecerían poder expresar su voto en una consulta. Es sin duda una de las aberraciones más grandes que hemos sido capaces de expresar dentro de un “cuerpo deliberante”, una aberración que nos aleja, sin atenuantes, de la inmensa realidad del profesorado. “De espaldas a la realidad” –una de las consignas fundamentales que se repiten en todo movimiento de protesta– es una consigna que, en un proceso referencial autocrítico, debe también aplicarse a sí misma toda Asamblea. Las Asambleas, en su tamaño muestral, no sobrepasan en el mejor de los casos el 10% del universo de 4 muestra, y no pueden por tanto acercarse a la compleja realidad del estamento que pretenden representar. Las subjetividades discordantes expresadas en una Asamblea se alejan aún más de una realidad que las supera con creces. Diversos profesores han manifestado la necesidad de crear nuevos modos de expresión comunitaria que den mejor cuenta de la compleja realidad que nos envuelve. En efecto, estamos en mora de inventar esas redes reales de expresión, que, por un lado, deben involucrar nodos ricos en complejidad, por ejemplo, grupos de reflexión especializados en subtemas como marcos jurídicos, proyecciones macroeconómicas, tejido académico, manejos de comunicación, formas de acción (o, por qué no, “moral para intelectuales”, según indica el título de un espléndido ensayo de Vaz Ferreira que deberíamos poner en práctica), y, por otro lado, deben plantear entrelazamientos estables y continuos entre los diversos nodos. Es exactamente a este nivel de cruce y de interacción donde debería encontrarse la razón de ser de una Asamblea. Por ejemplo, luego de la lectura de los informes serios y decantados de los grupos especializados, una Asamblea –gracias precisamente a su diversidad y a su amplitud de miras– podría sugerir cómo proceder para unir adecuadamente los avances conseguidos en cada subcampo. Otros subgrupos podrían proceder luego a concretar las sugerencias expresadas, y así sucesivamente. En cualquier caso, una Asamblea debería ser eminentemente constructiva. No obstante, en mi percepción personal, sólo hemos sabido producir Asambleas deliberantes, fuertemente singularizadas en la expresión, y básicamente destructivas. De hecho, en la práctica, son siempre las iniciativas particulares de individuos y de grupos específicos las que logran llevarse a cabo, y la Asamblea sólo se convierte en una caja de resonancia de esas iniciativas. El Rector parece definirse como una figura esencialmente “realista”: asume la existencia de un cúmulo de problemas reales, e intenta, con la mejor buena voluntad y sin duda equivocándose (como lo haríamos todos en mayor o menor grado), resolver el cúmulo de problemas al que se enfrenta. Con cautela, con un seguimiento crítico y sobre todo propositivo, habría sin embargo que ayudarle en su tarea, en vez de dificultársela (parece incomprensible que alguien desee llegar a ser Rector de la Nacional). Personalmente, no he logrado entender el que, de forma casi automática, todo miembro directivo de la Universidad, colega nuestro antes y después de su paso por la administración, pase a ser rápidamente atacado en su periodo ejecutivo, tome la acción que tome. Pareciera que emergiese allí una cohorte de fantasmas esquizoides que no deja de hacernos un daño realmente enorme. Debería ya ser hora de que, como cuerpo colegiado, construyéramos los canales adecuados para intentar estar siempre cerca de las Directivas (sean quienes sean, pues en el fondo no somos más que nosotros mismos, en ciclos usuales de desesperanza), ayudándolas a maniobrar, a impulsar iniciativas o a corregir cauces, dentro de los panoramas excesivamente complejos con los que deben enfrentarse. 5 (3). Pragmatismo. El “pragmatismo” fue reinventado en su forma moderna por el polígrafo norteamericano Charles Sanders Peirce (1839-1914), quien combina los calificativos de último pensador universal de la modernidad y primer pensador de la transmodernidad (“un científico del siglo XIX para el siglo XXI”). Fácilmente denigrado cuando se restringe a sus aspectos utilitaristas, y básicamente descrito mediante la fórmula nazarena “por sus frutos los conoceréis”, el pragmatismo va sin embargo mucho más allá de sus acotaciones economicistas o conductistas. La apuesta fundamental del pragmatismo peirceano consiste, en cambio, en la construcción de hábitos comunitarios mediante un incesante ejercicio de la razón y de la imaginación (de hecho, entonces, mediante una continua práctica de la “razonabilidad” que luego propondría Vaz Ferreira). Una visión pragmatista del mundo choca de nuevo con los modos de deliberación presentes en nuestras Asambleas. En el pragmatismo, ninguna deliberación tiene sentido si no se acompaña paralelamente con una red de acciones. Pero somos capaces de pasar largas horas en una Asamblea, expresando nuestras perspectivas individuales, sin nunca emprender una acción real concurrente con esa amplia capacidad de expresión. Paradójicamente, debería tal vez entonces limitarse la posibilidad de expresión individual en las Asambleas (una franja máxima de una hora para las intervenciones particulares), hacerla concurrir con las expresiones de los grupos de reflexión (una franja de una hora para resúmenes de labores adelantadas en los grupos), y combinarla finalmente con las decisiones y acciones propias de la Asamblea (una hora para votaciones y sugerencias sobre un listado de problemas específicos bien delimitados por la Mesa directiva). La maravillosa y ácida frase del profesor Takahashi, según la cual, en un mundo facilista como el nuestro, debería “castigarse” (con puntos negativos en el curriculum) toda profusión inconexa de publicaciones, debería poder ser también aplicada a las profusiones inconexas de estamentos orales singulares en nuestras Asambleas. El pragmatismo convoca a una construcción real de redes de contrastación intelectual que produzcan hábitos de comportamiento comunitario. Muchas de las intervenciones en las Asambleas que llaman a una supuesta noción de comunidad recalcan, no obstante, la radicalidad y la intransigencia. Pero la transición, el tránsito, la mediación, el compromiso, son imprescindibles en la construcción real de una comunidad. El radicalismo inicial de “Sinn Fein” ha dado lugar ahora, por ejemplo, a un compromiso de gobierno en Irlanda que se consideraba imposible hasta hace tan sólo cuatro años, y es claro que la construcción real de una comunidad estable hacia el futuro, con hábitos de respeto por el otro, sólo se logrará mediante este tipo de transgresiones y de tránsitos, no “puristas”, entre los opuestos. En un ámbito 6 académico como el nuestro, parece aún más desubicada la estrategia incesante de la confrontación. “En el lugar equivocado” aparecen los bloqueos, la intemperancia verbal, el descrédito (aún entre especialistas, por ejemplo, en el cálculo aparentemente técnico y neutral de ciertas proyecciones económicas, donde no deberían caber los ataques personales). En el peor caso, se ha llegado a agresiones físicas entre nosotros mismos, algo totalmente inaceptable e inverosímil desde el punto de vista de los hábitos de construcción comunitaria que tanto se propugnan, pero que tan poco se concretan. El pragmatismo, finalmente, nos lleva a descreer de la voz del más fuerte, del mejor manipulador, de la norma restrictiva, o de la acción unilateral, pues el pragmatismo convoca a un continuo de mediaciones, a un retículo de intercambios, necesarios para poder construir comunidad. Así como muchos hemos siempre considerado que cerrar la Universidad (con el subterfugio que sea, incluido el llamado adelantado a vacaciones) debería ser siempre considerado como un error mayúsculo por parte de cualquier Directiva, también muchos descreemos de las manipulaciones de la opinión que se producen en las Asambleas y de las decisiones que unos pocos creen poder tomar en nombre de la “mayoría silenciosa”. El cambio pragmático de los modos de discusión dentro del ámbito universitario se ha convertido en una de las condiciones necesarias para avanzar en la construcción de una comunidad académica estable hacia el futuro. Es hora de que empiece a desaparecer el luminoso fuego de los oradores individuales y a reemplazarse por la cohesión opaca de los grupos de trabajo no partidistas. La “razonabilidad”, el “realismo” y el “pragmatismo”, ya sea que provengan de América Latina, de Europa o de Estados Unidos, son modos universales del conocimiento y de la acción que deberíamos tener más en cuenta en nuestras deliberaciones. Una de las más eficaces intervenciones en la Asamblea triestamentaria ha sido una magnífica interpretación de un Concierto porteño de Piazzolla por algunos estudiantes del Conservatorio. La gigantesca ovación que produjo la obra sobrepasó con creces cualquiera de los demás aplausos que se han llegado a manifestar en cualquier Asamblea. Se trató en efecto de una ovación real que debería leerse como una clara señal “tripartita”: la razón-sensibilidad (=razonabilidad) debería primar sobre cualquier forma de polarización, las mediaciones del imaginario deberían primar sobre los atrincheramientos doctrinales, la acción creadora real debería primar sobre las brillantes oralidades singulares. Oigamos y ejecutemos.