RAZONABILIDAD, REALISMO Y PRAGMATISMO
UNA CONTRIBUCIÓN ACADÉMICA AL DIÁLOGO
Y A LA EFECTIVIDAD DE LA DELIBERACIÓN UNIVERSITARIA.
Fernando Zalamea.
Departamento de Matemáticas.
Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá.
Los tres conceptos mencionados en el título, “razonabilidad”, “realismo” y
“pragmatismo”, no tienen buena cabida en una Asamblea. Las Asambleas,
entendidas como “cuerpos deliberantes”, académicos o políticos, exaltan las
intervenciones apasionadas, las oralidades brillantes, las consignas bien construidas.
La mecánica misma de una Asamblea la aleja necesariamente de la viscosa
complejidad del mundo, una complejidad que no puede reducirse a las cómodas
oposiciones binarias que se manejan en ese tipo de reuniones. Que la Asamblea sea
“triestamentaria”, o que la Asamblea se convoque por separado (profesores,
estudiantes, o trabajadores), poco cambia en el hecho de que ésta pueda ser más
“razonable”, “realista” o “pragmática”. Mi intención en este breve texto consiste en
recordar algunas de las ideas fundamentales detrás de los conceptos de razonabilidad,
realismo y pragmatismo, y apostar por su buen uso en las próximas Asambleas que se
auguran en la Universidad Nacional. Para cada uno de estos tres conceptos, explicaré
brevemente su origen, así como el poco caso que se hace de él en nuestras
Asambleas, y propondré algunos usos concretos del mismo.
(1). Razonabilidad.
Debemos el término “razonabilidad” al pedagogo y filósofo uruguayo Carlos Vaz
Ferreira (1872-1958), un notable ensayista y profesor universitario cuya influencia en
la educación media del Uruguay fue notabilísima. La “razonabilidad” pega los
términos de “razón” y “sensibilidad” en un solo concepto, donde caben al tiempo el
raciocinio y el sentimiento, el argumento lógico y la imaginación poética. La
razonabilidad abre así el espacio del entendimiento a una razón extendida, que debe
ser capaz de explorar las medias tintas entre oposiciones polares. Las fronteras, el
tránsito y las mediaciones pasan entonces a ser imprescindibles en cualquier análisis
de una situación dada.
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Nada parece estar más alejado de la razonabilidad de Vaz Ferreira que muchas de las
“razones” que he oído esgrimir en nuestras Asambleas. Las intervenciones tienden a
ser terminantes, imbuidas de una “razón” que los oponentes no tienen, firmes,
seguras, convencidas y convincentes. No queda espacio para la duda, para el silencio,
para la expresión inconforme con los extremos. Las Directivas de la Universidad son
estigmatizadas y todas sus acciones empiezan a ser consideradas sospechosas, o,
directamente, malsanas. Sólo una vez he oído que se proponga la construcción de un
equipo “razonable”, que intente mediar entre el equipo directivo y la comunidad
académica. La razonabilidad de Vaz Ferreira, cuyos efectos reales en la construcción
de la “Suiza americana” fueron asombrosos, no parece en cambio tener cabida entre
nosotros.
Aunque seguramente esto entraría en un fragmento de Utopía, las Asambleas
deberían incluir la razonabilidad en sus agendas. Esto podría llevar, por ejemplo, a
algunas acciones impopulares, pero bastante sensatas, como adelantar al tiempo todas
las acciones razonables en defensa de la Universidad, sin considerar que unas sean
“mejores” que otras, o más “correctas”, o más “verdaderas”. Deberían por tanto
poder coincidir, en un mismo tiempo y en diferentes espacios, las actividades
misionales propias de la Universidad, las reflexiones a mediano plazo sobre el lugar
de la Universidad (el largo plazo es algo que nuestra idiosincracia desconoce), o las
acciones de hecho para defender a la Universidad en la coyuntura actual. Deberían
valer así, al mismo tiempo y con la misma fuerza, las marchas, las asambleas
pasajeras, los claustros, las clases y las exigencias a nuestros estudiantes, las precisas tareas técnicas para impugnar la constitucionalidad del artículo 38, los cálculos detallados para los porcentajes en juego en el pasivo pensional, o los esfuerzos de la Rectoría por intentar preparar una concurrencia lo más benévola posible para la Universidad. Desde el punto de vista de la razonabilidad, y desde la perspectiva del
aprovechamiento de todas las mediaciones posibles en un panorama complejo que no
se deja reducir a ninguna de sus componentes, no habría razón alguna (más allá de
ejercicios de poder que nada tienen que ver con la academia) para descartar, o
deslegitimar, una acción dada en detrimento de otra.
Aquí, sin embargo, debería permitirse entonces una pluralidad de acciones, que sin
embargo es consistentemente vetada, tanto por las Directivas de la Universidad, como
por las Asambleas, ya sea por direccionamientos unilaterales, por atrincheramientos
sectarios o por variadas imposiciones de fuerza (de parte y otra). La difícil labor del
compromiso y de la mediación es consistentemente rechazada por aquellos que
detienen, con convicción y rotunda seguridad, una verdad “pura” –por supuesto, la
suya y no la del contrincante–, una supuesta verdad que no debería negociarse. Pero
nada hay más peligroso que el “purismo” oscuramente enterrado en los fragmentos de
una sociedad, y nada como el “purismo” se encuentra tan alejado de la razonabilidad
amplia que deben exhibir los ámbitos académicos.
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(2). Realismo.
Una de las expresiones más contundentes del “realismo” la debemos al teólogo
escocés John Duns Scot (1266-1308). Scot (usualmente Escoto, en español)
defendió, con larguísimas y cuidadas argumentaciones filosóficas, la necesidad de
una posición que asumiera la existencia de un mundo “real” allende disquisiciones
subjetivas o lingüísticas. Independientemente de la mirada de cada quien, una
comunidad debía entonces reconocer, según Escoto, una trama general del mundo
que superaría siempre la inevitable deformación de una mirada singular, o de una
representación lingüística particular. En una visión realista de una situación dada, no
puede nunca prevalecer entonces una descripción de un estado de cosas por encima
de la multívoca complejidad de la situación misma. Un caso concreto del realismo
obliga así a contextualizar todo discurso, y, en particular, a considerar los tamaños de
muestra con los que pretenden legitimarse (o deslegitimarse) ciertas tomas de
decisiones.
Aquí también, nada parece encontrarse más alejado de una visión realista que las
perspectivas usuales que se ofrecen en una Asamblea. Dentro de la (necesariamente)
incoherente sucesión de intervenciones que se dan en una Asamblea, prevalecen
(también necesariamente) las posturas muy particulares de cada quien, y no dejan de
sucederse, durante largas horas, las expresiones más perfectamente subjetivas que
puedan desearse. En una suerte de psicoanálisis colectivo, sin desvergüenza, sin el
menor resquicio de duda sobre la “verdad” que se pretende estar transmitiendo, se
alzan largas, espléndidas y contundentes peroratas, mientras la enorme mayoría
oímos con asombro y reverencia. Alguna lectura subjetiva –totalmente irrealista– ha
llegado a considerar en alguna Asamblea que el señor Uribe sería el “presidente
ilegítimo” de los colombianos. Pero una cosa es detectar en Uribe a un nefasto
gobernante y un oscuro manipulador unidos en la figura de un brillante político, y
otra cosa muy distinta es pretender que no existan en el “mundo real” los millones de
votos que le dieron, desafortunada aunque legítimamente, su segunda presidencia.
Los delirios subjetivos son magníficos y respetables, prueba de gallardía individual,
pero no se entiende por qué se repiten, una y otra vez, en el ámbito de una Asamblea.
Se ha llegado a escuchar también en una Asamblea de profesores que los docentes
que no asistan a la Asamblea, y que no entren en el debate de opinión, no merecerían
poder expresar su voto en una consulta. Es sin duda una de las aberraciones más
grandes que hemos sido capaces de expresar dentro de un “cuerpo deliberante”, una
aberración que nos aleja, sin atenuantes, de la inmensa realidad del profesorado.
“De espaldas a la realidad” –una de las consignas fundamentales que se repiten en
todo movimiento de protesta– es una consigna que, en un proceso referencial
autocrítico, debe también aplicarse a sí misma toda Asamblea. Las Asambleas, en su
tamaño muestral, no sobrepasan en el mejor de los casos el 10% del universo de
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muestra, y no pueden por tanto acercarse a la compleja realidad del estamento que
pretenden representar. Las subjetividades discordantes expresadas en una Asamblea
se alejan aún más de una realidad que las supera con creces. Diversos profesores han
manifestado la necesidad de crear nuevos modos de expresión comunitaria que den
mejor cuenta de la compleja realidad que nos envuelve. En efecto, estamos en mora
de inventar esas redes reales de expresión, que, por un lado, deben involucrar nodos
ricos en complejidad, por ejemplo, grupos de reflexión especializados en subtemas
como marcos jurídicos, proyecciones macroeconómicas, tejido académico, manejos
de comunicación, formas de acción (o, por qué no, “moral para intelectuales”, según
indica el título de un espléndido ensayo de Vaz Ferreira que deberíamos poner en
práctica), y, por otro lado, deben plantear entrelazamientos estables y continuos entre
los diversos nodos. Es exactamente a este nivel de cruce y de interacción donde
debería encontrarse la razón de ser de una Asamblea. Por ejemplo, luego de la
lectura de los informes serios y decantados de los grupos especializados, una
Asamblea –gracias precisamente a su diversidad y a su amplitud de miras– podría
sugerir cómo proceder para unir adecuadamente los avances conseguidos en cada
subcampo. Otros subgrupos podrían proceder luego a concretar las sugerencias
expresadas, y así sucesivamente. En cualquier caso, una Asamblea debería ser
eminentemente constructiva. No obstante, en mi percepción personal, sólo hemos
sabido producir Asambleas deliberantes, fuertemente singularizadas en la expresión,
y básicamente destructivas. De hecho, en la práctica, son siempre las iniciativas
particulares de individuos y de grupos específicos las que logran llevarse a cabo, y la
Asamblea sólo se convierte en una caja de resonancia de esas iniciativas.
El Rector parece definirse como una figura esencialmente “realista”: asume la
existencia de un cúmulo de problemas reales, e intenta, con la mejor buena voluntad y
sin duda equivocándose (como lo haríamos todos en mayor o menor grado), resolver
el cúmulo de problemas al que se enfrenta. Con cautela, con un seguimiento crítico y
sobre todo propositivo, habría sin embargo que ayudarle en su tarea, en vez de
dificultársela (parece incomprensible que alguien desee llegar a ser Rector de la
Nacional). Personalmente, no he logrado entender el que, de forma casi automática,
todo miembro directivo de la Universidad, colega nuestro antes y después de su paso
por la administración, pase a ser rápidamente atacado en su periodo ejecutivo, tome la
acción que tome. Pareciera que emergiese allí una cohorte de fantasmas esquizoides
que no deja de hacernos un daño realmente enorme. Debería ya ser hora de que,
como cuerpo colegiado, construyéramos los canales adecuados para intentar estar
siempre cerca de las Directivas (sean quienes sean, pues en el fondo no somos más
que nosotros mismos, en ciclos usuales de desesperanza), ayudándolas a maniobrar, a
impulsar iniciativas o a corregir cauces, dentro de los panoramas excesivamente
complejos con los que deben enfrentarse.
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(3). Pragmatismo.
El “pragmatismo” fue reinventado en su forma moderna por el polígrafo
norteamericano Charles Sanders Peirce (1839-1914), quien combina los calificativos
de último pensador universal de la modernidad y primer pensador de la
transmodernidad (“un científico del siglo XIX para el siglo XXI”). Fácilmente
denigrado cuando se restringe a sus aspectos utilitaristas, y básicamente descrito
mediante la fórmula nazarena “por sus frutos los conoceréis”, el pragmatismo va sin
embargo mucho más allá de sus acotaciones economicistas o conductistas. La
apuesta fundamental del pragmatismo peirceano consiste, en cambio, en la
construcción de hábitos comunitarios mediante un incesante ejercicio de la razón y de
la imaginación (de hecho, entonces, mediante una continua práctica de la
“razonabilidad” que luego propondría Vaz Ferreira).
Una visión pragmatista del mundo choca de nuevo con los modos de deliberación
presentes en nuestras Asambleas. En el pragmatismo, ninguna deliberación tiene
sentido si no se acompaña paralelamente con una red de acciones. Pero somos
capaces de pasar largas horas en una Asamblea, expresando nuestras perspectivas
individuales, sin nunca emprender una acción real concurrente con esa amplia
capacidad de expresión. Paradójicamente, debería tal vez entonces limitarse la
posibilidad de expresión individual en las Asambleas (una franja máxima de una hora
para las intervenciones particulares), hacerla concurrir con las expresiones de los
grupos de reflexión (una franja de una hora para resúmenes de labores adelantadas en
los grupos), y combinarla finalmente con las decisiones y acciones propias de la
Asamblea (una hora para votaciones y sugerencias sobre un listado de problemas
específicos bien delimitados por la Mesa directiva). La maravillosa y ácida frase del
profesor Takahashi, según la cual, en un mundo facilista como el nuestro, debería
“castigarse” (con puntos negativos en el curriculum) toda profusión inconexa de
publicaciones, debería poder ser también aplicada a las profusiones inconexas de
estamentos orales singulares en nuestras Asambleas.
El pragmatismo convoca a una construcción real de redes de contrastación intelectual
que produzcan hábitos de comportamiento comunitario. Muchas de las
intervenciones en las Asambleas que llaman a una supuesta noción de comunidad
recalcan, no obstante, la radicalidad y la intransigencia. Pero la transición, el tránsito,
la mediación, el compromiso, son imprescindibles en la construcción real de una
comunidad. El radicalismo inicial de “Sinn Fein” ha dado lugar ahora, por ejemplo, a
un compromiso de gobierno en Irlanda que se consideraba imposible hasta hace tan
sólo cuatro años, y es claro que la construcción real de una comunidad estable hacia
el futuro, con hábitos de respeto por el otro, sólo se logrará mediante este tipo de
transgresiones y de tránsitos, no “puristas”, entre los opuestos. En un ámbito
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académico como el nuestro, parece aún más desubicada la estrategia incesante de la
confrontación. “En el lugar equivocado” aparecen los bloqueos, la intemperancia
verbal, el descrédito (aún entre especialistas, por ejemplo, en el cálculo
aparentemente técnico y neutral de ciertas proyecciones económicas, donde no
deberían caber los ataques personales). En el peor caso, se ha llegado a agresiones
físicas entre nosotros mismos, algo totalmente inaceptable e inverosímil desde el
punto de vista de los hábitos de construcción comunitaria que tanto se propugnan,
pero que tan poco se concretan.
El pragmatismo, finalmente, nos lleva a descreer de la voz del más fuerte, del mejor
manipulador, de la norma restrictiva, o de la acción unilateral, pues el pragmatismo
convoca a un continuo de mediaciones, a un retículo de intercambios, necesarios para
poder construir comunidad. Así como muchos hemos siempre considerado que cerrar
la Universidad (con el subterfugio que sea, incluido el llamado adelantado a
vacaciones) debería ser siempre considerado como un error mayúsculo por parte de
cualquier Directiva, también muchos descreemos de las manipulaciones de la opinión
que se producen en las Asambleas y de las decisiones que unos pocos creen poder
tomar en nombre de la “mayoría silenciosa”. El cambio pragmático de los modos de
discusión dentro del ámbito universitario se ha convertido en una de las condiciones
necesarias para avanzar en la construcción de una comunidad académica estable
hacia el futuro. Es hora de que empiece a desaparecer el luminoso fuego de los
oradores individuales y a reemplazarse por la cohesión opaca de los grupos de trabajo
no partidistas.
La “razonabilidad”, el “realismo” y el “pragmatismo”, ya sea que provengan de
América Latina, de Europa o de Estados Unidos, son modos universales del
conocimiento y de la acción que deberíamos tener más en cuenta en nuestras
deliberaciones. Una de las más eficaces intervenciones en la Asamblea
triestamentaria ha sido una magnífica interpretación de un Concierto porteño de
Piazzolla por algunos estudiantes del Conservatorio. La gigantesca ovación que
produjo la obra sobrepasó con creces cualquiera de los demás aplausos que se han
llegado a manifestar en cualquier Asamblea. Se trató en efecto de una ovación real
que debería leerse como una clara señal “tripartita”: la razón-sensibilidad
(=razonabilidad) debería primar sobre cualquier forma de polarización, las
mediaciones del imaginario deberían primar sobre los atrincheramientos doctrinales,
la acción creadora real debería primar sobre las brillantes oralidades singulares.
Oigamos y ejecutemos.
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